Humberto García Larralde 1
RESUMEN
El documento analiza aspectos del entorno económico venezolano que inciden en el desempeño competitivo de las empresas proveedoras de la industria petrolera, petroquímica y de procesos. Se evalúan los indicadores macroeconómicos y su impacto en el desempeño global del sector. |
ABSTRACT
The document analyses aspects of the Venezuelan economic environment that influence the competitive performance of the supplier companies of the oil, petrochemical and processing industry. An evaluation is made of the macroeconomic markers and their impact on the global performance of the sector. |
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La importancia de la industria petrolera nacional para el desarrollo del país no es sólo como proveedora de ingresos al Estado. Es también un mercado de significativa magnitud para muchos bienes y servicios. La capacidad de atender estas necesidades de la industria petrolera con producción local supone el desarrollo de empresas proveedoras que sean competitivas con suplidores de otros países, tanto en términos de precio, como en calidad, tiempo de entrega, financiamiento y servicios de apoyo. La provisión de bienes y servicios por parte de empresas no competitivas implicaría que Petróleos de Venezuela (PDVSA) tuviese que transferirles recursos, con efectos negativos sobre su gestión. Estos subsidios, si bien ayudarían a estas empresas, no significaría aporte alguno al ingreso nacional y más bien desviaría recursos de usos más productivos.
Según la acepción de competitividad de que se parta, ésta puede entenderse como un atributo de una economía, de una industria y/o de una empresa (Cervilla, M.A., 1999). Para Michael Porter (1990), la competitividad reside fundamentalmente en la empresa y se expresa en la industria; y por tanto los países crean condiciones favorables al desarrollo de la competitividad por parte de las empresas. En todo caso, la acción competitiva de las unidades de negocios de una nación debe elevar el ingreso medio (real) de sus ciudadanos.
Un elemento que ha ocupado bastante atención por parte de los estudiosos de la competitividad últimamente es el referido a las relaciones de la empresa con sus proveedores de bienes y servicios, con empresas conexas, actividades de apoyo y clientes aguas abajo. Una empresa suele no competir sola, si no formando parte de un contexto que le permite maximizar sus potencialidades. Este entramado de relaciones entre empresas que se refuerzan mutuamente desde distintas posiciones ha recibido el nombre de cluster (Porter, M., 1990) o aglomeración, racimo, de empresas relacionadas o afines.
En Venezuela, la industria petrolera nacionalizada ha combinado esfuerzos con otros actores de la economía a través de CONDIBECA 2 y, más recientemente, con VEPROX 3, para el desarrollo de proveedores que sean competitivos. De hecho, el país dispone de una importante capacidad de ingeniería y de provisión de equipos vinculados al sector petrolero. Asimismo, esta industria representa un importante mercado para el sector de la construcción. ¿Hasta qué punto es competitivo este cluster creado en torno a PDVSA y, en menor grado, a la industria petroquímica?
El presente trabajo pretende contribuir a la evaluación del sector proveedor de la industria petrolera y petroquímica, desde la perspectiva de la competitividad. En tal sentido, se propone examinar la información sobre los aspectos de la macroeconomía del país registrada por el Banco Central de Venezuela (BCV) y la que se desprende de las encuestas industriales y de comercio exterior que lleva la Oficina Central de Estadísticas e Informática (OCEI), para evaluar posibles incidencias sobre la competitividad del sector. El período examinado para los aspectos macroeconómicos se centra básicamente en los años 90 y se justifica, no sólo por ser reciente, sino porque se refiere al lapso en el cual la economía venezolana ha intentado desenvolverse en un marco de apertura y liberalización económica, no sin ciertos retrocesos. De seguidas se intenta evaluar la competitividad de las industrias manufactureras proveedoras del sector petrolero, sobre la base de la información que suministran las encuestas Industriales de la OCEI, utilizando la Clasificación Industrial Internacional Uniforme (CIIU), Rev. 2, a tres dígitos de desagregación, para el período 1984-1996 4 . El criterio utilizado para ello es el de ventajas competitivas reveladas. Finalmente, en las conclusiones se intenta resumir algunas incidencias sobre la competitividad del sector.
La necesidad de contar con un contexto macroeconómico estable y predecible hasta donde sea posible, de reglas de juego claras y provisto de seguridad jurídica, ha sido esgrimido como condición básica para el desarrollo de la competitividad en el tiempo. Ello es así porque dicho escenario es necesario para fomentar el ahorro y estimular las inversiones requeridas para la ampliación de planta, la adquisición de equipos y tecnología, la formación de recursos humanos, así como para las obras de infraestructura que sustenten mejoras continuas en la productividad.
Durante los últimos quince años, la política económica de los países latinoamericanos en general y de Venezuela en particular, se ha orientado a la consecución de este clima de estabilidad macroeconómica, con distintos grados de éxito. A raíz de la irrupción de la crisis de la deuda en 1982 y del estrangulamiento extremo de las estrategias de industrialización sustitutiva de importaciones con fuerte intervención del estado, se fueron perfeccionando -hacia finales de los años 80- los programas de estabilización macroeconómica y de ajuste estructural impulsados por el Banco Mundial, conformando un nuevo paradigma dominante conocido como el Consenso de Washington (Williamson, J., 1990).
Si bien en otros países latinoamericanos la instrumentación de estos programas ha logrado importantes éxitos en cuanto al desempeño de los agregados macroeconómicos y en el sostenimiento de elevadas tasas de crecimiento, en Venezuela el resultado ha sido hasta ahora decepcionante. Muchos economistas esgrimen como razón que estos programas han sido aplicados sólo a medias, de manera poco coherente y sin un compromiso de parte de las autoridades políticas por profundizar el proceso de ajuste, independientemente de los costos políticos pasajeros que ello pudiera significar.
Las indefiniciones, marchas y contramarchas en materia de política económica del gobierno durante los últimos años refuerza, sin duda, la explicación referida. No obstante, existe una problemática peculiar a Venezuela cuyo desconocimiento por parte de los gobiernos ayuda a explicar el pobre desempeño económico. La tendencia a la sobrevaluación del bolívar, provocada por las rentas petroleras captadas en los mercados internacionales, hace que, incluso cuando se intenta aplicar elementos del recetario ortodoxo de estabilización macroeconómica, se conforme un entorno que, a nivel microeconómico, es adverso al desarrollo de las actividades productoras de bienes y servicios transables no petroleros. Se generan así expectativas desfavorables por parte de los empresarios que producen resultados económicos contrarios a los esperados, conformando una situación que ha sido descrita como de trampa macroeconómica (García, H., 1999).
Por la presencia de una sólida actividad exportadora, Venezuela ha disfrutado de una moneda fuerte desde la tercera década de este siglo. Sin embargo, siendo que los ingresos externos percibidos son en buena parte renta 5, la capacidad de compra del bolívar no ha correspondido estrictamente a la capacidad productiva interna del país. El resultado es que nuestra moneda presenta características de sobrevaluación en términos de su poder adquisitivo externo (según la teoría de la paridad de poder adquisitivo -PPA) 6 sin que ello se refleje, necesariamente, en déficits en la cuenta corriente. Más bien las elevadas rentas que capta el país en el mercado petrolero internacional, han permitido la coexistencia de saldos superavitarios en la cuenta corriente con un bolívar sobrevaluado, produciéndose un conflicto entre las percepciones macro y microeconómicas respecto al valor de la moneda. El gobierno y el Banco Central no ven razón alguna para instrumentar políticas conducentes a disminuir esta sobrevaluación, ya que el comportamiento de las cuentas externas no lo exige. Por el contrario, pareciera existir holgura para rezagar el ajuste nominal del tipo de cambio sobrevaluándolo aún más- para ponerlo al servicio de una política de estabilización de precios. Los conocidos efectos de enfermedad holandesa (Corden y Neary, 1983) sobre las actividades transables no petroleras que tienen su expresión microeconómica en la elevación de los costos de producción domésticos y el abaratamiento de los bienes y servicios importados- se han manifestado así con creciente severidad, dificultando de manera creciente su desarrollo competitivo.
Muchas actividades transables distintas al petróleo no poseen la productividad que les permitiría sobrevivir con un bolívar cuyo valor equilibrase la cuenta corriente de la balanza de pagos, dado el excesivo poder de compra que deparan las rentas petroleras captadas en los mercados internacionales. Para evitar niveles de desempleo intolerables, la economía tiene que funcionar con un bolívar menos sobrevaluado, la cual resulta en un estado de subabsorción externa, es decir, en superávit de la cuenta corriente, reflejando un nivel de consumo e inversión por debajo del ingreso que genera la producción doméstica, incluyendo en éste a las rentas del petróleo. Se expresa así la incompatibilidad, ceteris paribus, de tener simultáneamente equilibrio externo y equilibrio (de pleno empleo) interno 7. Asimismo, el ahorro en cuenta corriente necesariamente se exporta, con efectos adversos sobre el bienestar presente y futuro de la población venezolana.
En efecto, mientras el PIB de 1999 fue en términos reales prácticamente el mismo de 1992, el consumo doméstico se redujo en un 7,8% entre estos dos años, mientras que la inversión bruta fija cayó en un 32,7% durante el mismo lapso. En términos per cápita, la reducción en el consumo ha sido de más del 20%. Se conforma así un círculo vicioso de depresión del mercado interno, expectativas de rentabilidad adversas, salida de capitales, aumento en las tasas de interés y caída (de nuevo) del mercado doméstico. Ante esta situación sobreviven, paradójicamente expectativas temores potenciales- devaluacionistas, a pesar de la tendencia a arrojar saldos superavitarios en la cuenta corriente y de la holgura del respaldo en divisas con que cuentan los agregados monetarios. Aun agregando el saldo en TEMs a la base monetaria, el monto en reservas internacionales nos sitúa en mejor posición en términos del respaldo en divisas, que Argentina con su caja de conversión 8.
Gráfico Nº 1
Sector público: Indicadores varios
Fuente: BCV, Anuarios Estadísticos y cálculos propios 9
Los efectos adversos mencionados son agravados por el deterioro de la capacidad de respuesta del Estado ante los requerimientos de la economía a causa de la profundización de políticas restrictivas del gasto, para contener la inflación. La reducción progresiva de los salarios y del gasto en insumos de trabajo en el sector público que, para 1997 eran apenas una cuarta parte de lo que habían sido, en términos reales, en 1982, junto a la caída drástica en la inversión (excluyendo el petróleo), han producido una merma significativa en la productividad del gasto público, reflejado en el colapso de los servicios y el deterioro de la infraestructura (Gráfico Nº 1). Las externalidades positivas que debería generar el Estado a través de la provisión de servicios de educación, salud y seguridad públicas se ven minimizadas, cuando no convertidas en males públicos, colocando al aparato productivo venezolano en condiciones desventajosas en relación con los competidores de países donde el estado es más eficiente.
En el plano monetario se han ejecutado también políticas contractivas como parte de la receta ortodoxa, a pesar de la caída en los niveles de monetización de la economía venezolana a los niveles más bajos de los últimos 40 años 10. Ello genera una elevación de las tasas de interés y refuerza la sobrevaluación del bolívar, produciendo, junto al deterioro de los servicios públicos, un triple impacto recesivo sobre la actividad productiva doméstica. Como resultado, se perpetúan las expectativas adversas que alimentan la inflación y la desconfianza en la paridad externa de la moneda, provocando fuertes salidas de capital 11. Se disuade el ahorro en bolívares y la inversión directa en el país, aumentando la dependencia y vulnerabilidad de la economía venezolana respecto a lo que pasa en el mercado petrolero internacional.
Adicional a los aspectos estructurales mencionados, la economía venezolana padece de una gran volatilidad como resultado de su excesiva dependencia del mercado petrolero internacional. Esta volatilidad se traduce en un alto grado de incertidumbre respecto a los niveles de actividad económica en el siguiente período, lo que disuade la toma de decisiones sobre horizontes temporales de largo plazo y favorece, más bien, la búsqueda de resultados inmediatos. Adicionalmente, propicia fuga de ahorros a destinos más predecibles y seguros (BID, 1995). Disminuye así la propensión a invertir y a incurrir en actividades de por sí inciertas como lo es el desarrollo tecnológico. En general, podríamos señalar que, por las razones expuestas, el contexto macroeconómico venezolano tendería a fomentar empresas conservadoras, poco propensas al riesgo y, por ende, no muy innovadoras.
Como resultado, el país ha ido presenciando una re-primarización de sus actividades económicas, es decir, de una caída en la producción secundaria básicamente industria- y un incremento en la producción primaria (petróleo). En efecto, entre 1987 y 1999, el sector manufacturero disminuyó su peso en el PIB de un 18,1% a sólo un 14,2% y la construcción desde un 6% a 5,2%. Desde 1995, el producto manufacturero ha caído en un 15,9%, según cifras del BCV. Mientras tanto, el petróleo ha aumentado su participación en el PIB desde un 19,4% a un 28,7%.