José Miguel Cruces H.
La década de los ochenta, durante la cual ocurre lo que Viola y Leis (1990), Ilamaron el punto de inflexión hacia una nueva consideración del problema ambiental, es escenario también para la aparición de un nuevo concepto que ya no sólo encierra lo relativo al problema del medio ambiente, sino que además incluye otros problemas ligados al desarrollo, tales como: lo social, lo político, lo económico, y lo ecológico. Se trata de la sostenibilidad, concepto paraguas que cubriría toda la gama de actividades que realiza el hombre en su dinámica de vida (Dovers & Handmer, 1994). La sostenibilidad se conceptualiza como una relación entre los sistemas económicos y los sistemas ecológicos en la cual la vida humana puede continuar indefinidamente (Costanza et al., 1991)
La sostenibilidad pareciera ser una salida viable en medio de la marcada crisis ambiental; no obstante, implícitamente tiene una serie de limitaciones que entraban un desempeño eficiente de sus posibles instrumentos de operacionalización. Para algunos autores sigue siendo un concepto ambiguo y contradictorio (Wagle, 1993; Spencer & Swift, 1992; Redclift, 1987). No obstante, para otros, la sostenibilidad no es un elemento de retórica sino que debe ser el principal criterio de juicio del desarrollo (Max-Neef, 1991; Munro, 1994).
A juicio de Ruttan (1988), la sostenibilidad no es más que otro término para mostrar la casi angustia que tienen muchos planificadores en torno a lo nocivo que ha resultado el desarrollo de base científica y tecnológica. Sin embargo, a pesar del evidente esfuerzo que se ha venido haciendo, por parte de intelectuales, diseñadores de políticas, gobiernos, organismos multilaterales, etc, con el fin de instrumentar ese nuevo estilo de desarrollo, son muchas las lagunas que van quedando, lagunas que parecen tener su fuente en la carencia de una voluntad política para asumir el cambio, cambio que es, sin duda, estructural. La respuesta de quienes han tenido una mayor responsabilidad en el deterioro ambiental (los países de mayor industrialización), no ha sido acorde a ese peso específico y a la responsabilidad que ello supone; una muestra de este hecho pudo observarse en la actitud intransigente que mostraron -particularmente EEUU- para firmar los principales acuerdos de la Reunión de Río de Janeiro (Guimaraes, 1992).
La dificultad del "modelo" para darle al ecosistema el justo valor dentro del proceso productivo -creemos- se basa en que siempre se le ha visto como un recurso libre a infinito (que pertenece a todos y a nadie en particular). La asunción del problema ambiental, que básicamente se venía considerando por una cada vez mayor presión de opinión pública internacional, ha sido cada vez más un pesado fardo sobre el sistema económico mundial y, bajo principios neoliberales la salida que se le está buscando es transferir los costos de preservación ambiental a los consumidores a través de los precios de las mercancías (Schmidheiny,1992); vale decir, según esta racionalidad, todo puede estar sujeto a las leyes del mercado. Hoy cuando recursos como el agua, la fauna ictícola de los mares, y hasta el aire puro de la atmósfera están escaseando, no sería extraño que se proponga ponerles precio a través de regulaciones internacionales. Es por ello que existen opiniones en torno a que la ecología y la economía, tal como se enfoca el crecimiento económico, no tiene formas de conciliación (Dovers y Handmer, 1994; Schutze, 1992), por lo cual el desarrollo sostenible tampoco sería posible.
Pero es indudable que debe haber una salida; y gústenos o no esta debe considerar también a las fuerzas que hegemonizan y que hoy se oponen a un cambio estructural. La mayor dificultad se presenta a la hora de elegir estratégicamente el camino coordinado con estas fuerzas. Mármora (1992), por ejemplo, propone "...luchar dentro de los márgenes que nos deja el sistema productivo actual" y que para ello es preciso que las naciones industrializadas emprendan "la reconversión ecológica" y faciliten a los países en desarrollo el acceso a las nuevas tecnologías. También Olson (1994), propone que este cambio debe venir desde los países desarrollados, toda vez que son ellos los que tiene el potencial para hacer la mencionada reconversión ecológica.
Entre los escollos a vencer, en lo inmediato, aparte de clarificar cada vez más los aspectos conceptuales que den bases sólidas a mecanismos de instrumentación, es necesario enfrentar por parte de los países en desarrollo, los manejos encubiertos de organismos multilaterales como los nacidos en Bretton Woods. Es necesario estar concientes de que con sus políticas están obligando, como bien lo afirma Wagle (1993), a una cooptación en torno a sus intereses económicos bajo supuestos intereses en preservar el ambiente, el cual utilizan (al ambiente) en realidad como chantaje para manejar préstamos y líneas de créditos.
El tránsito hacia la solución de la paradoja del desarrollo parece venir en la medida en que vayamos hacia el desarrollo sostenible y aún más allá, y esto a su vez supone un cambio en el propio modelo de civilización; es decir, la presión debe hacerse hacia los cambios estructurales que garanticen mayor equilibrio entre la sociedad y el ambiente. En ese sentido el desafío de la sostenibilidad es un desafío político en el que los grandes sectores de la sociedad tienen la obligación de participar toda vez que la oposición no está dispuesta a ceder en terrenos a menos que vea sus intereses muy amenazados. Siempre se corre el riesgo, y hay que estar atentos, de que las fuerzas hegemónicas de la economía utilicen lo atractivo de la sostenibilidad como una suerte de "discurso hueco" para justificarse.
La política de globalización que se intenta con la intención de homogeneizar la economía mundial, detrás del cual se esconde un discurso identificado con la "ecología global" es, a juicio de Velasco (1995), una amenaza para el verdadero movimiento ambiental, puesto que se está utilizando un conocimiento de oposición y resistencia (el ecológico), al servicio de una "...casta ecotecnocrática que promueve el manejo de la naturaleza y la regulación de las sociedades a lo largo y ancho del planeta".
El desarrollo sostenible debe estar arraigado a la cultura, a los valores, los intereses y las prioridades de la gente afectada. Según Ruiz-Giménez (1993), la vida sostenible requiere de un marco más a11á del desarrollo sostenible; requiere un nuevo orden ecológico regulador de las relaciones de coexistencia y cooperación de la comunidad internacional, lo cual implica un nuevo orden para el desarrollo humano. La lucha por un ambiente más sano, en síntesis, es, aparte de inevitable, cada vez más dura. Los intereses dominantes -particularmente los de la economía- se resisten al cambio y estarán luchando para sobrevivir, con la ventaja de que poseen la mayoría de los instrumentos a su favor. El instrumento de la sostenibilidad, el único que hasta este momento goza de un consenso mundial, tiene implícito los riesgos propios de la ambigüedad, por lo cual habrá que tomarlo con los cuidados del caso.
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