Espacios. Vol. 18 (2) 1997


Editorial

L
a globalización es un hecho; cada vez más, los habitantes y naciones del mundo son más interdependientes entre sí. Este proceso se hace evidente por el cúmulo de bienes y servicios que consumimos y que se producen en cualquier parte del planeta y por el creciente flujo de información que recibimos, principalmente por la televisión.

El comercio y las inversiones internacionales se han convertido en los motores de la globalización y los vehículos más adecuados son, nuevamente, las grandes compañías transnacionales, que se siembran en los terrenos más fértiles según una nueva lógica que define las mejores prácticas de competitividad en la economía global. Lo novedoso e inédito es la velocidad expansiva y el alcance de dicho proceso globalizador, que se hace posible gracias a la revolución tecnológica impulsada por la microelectrónica y sus inmensas aplicaciones y se apoya en un nuevo andamiaje ideológico que le da consistencia planetaria al fenómeno, sobre todo, luego de la caída del muro de Berlín.

Bajo este esquema que promete mayor eficiencia para la difusión de mejor calidad de vida para todos, también se hace evidente que unos países avanzan más rápido que otros, que van quedando a la cola y no reciben los beneficios de la globalización. Aquellos países que han basado su esfuerzo de industrialización en sectores económicos donde el conocimiento y la información están incorporados de múltiples formas a la producción de bienes y servicios, y que han hecho grandes inversiones, sostenidas en el tiempo, en educación y capacitación de su población y han conformado una infraestructura sólida de investigación y desarrollo, son, precisamente, los que tienen una mayor presencia en el comercio internacional y mejores niveles de vida.

Frente al panorama que plantea la economía global, los países de la región abren sus economías y buscan los caminos de la integración para acceder a los mercados. Pero hay plomo en sus alas. Pobreza y poca capacitación. Superar estas limitaciones es el reto de las próximas décadas. Júntos será más fácil. Mientras tanto, cómo lograr en nuestros países el consenso necesario para que la inversión en educación sea una prioridad sostenida en el tiempo? Cómo lograr inculcar valores que propendan hacia la creación de una sociedad más solidaria e innovadora, más flexible a los cambios y más segura de sí misma y de sus posibilidades de resolver sus propios problemas? Cómo estimular la generación de conocimientos y fortalecer la infraestructura de investigación y desarrollo en nuestros países? Cómo las empresas podrán lograr alianzas estratégicas que permitan la adquisición de tecnologías competitivas y desarrollar mecanismos que impulsen formas de cooperación efectivas con otras empresas, con las fuentes de conocimientos, información y experiencias que pueda brindar el entorno? Cómo modernizar el aparato socio-institucional de nuestros países que permita dar respuesta a los retos que plantea la globalización y dar viabilidad a los cambios que serán necesario implantar para vencer la pobreza, lograr una sociedad educada y convivir en una economía global? Finalmente, cómo lograr estas transformaciones bajo un espíritu de consenso y participación democrática, de equidad y en armonía con el medio ambiente?

Interrogantes como estas seguramente orientarán buena parte de los programas de investigación de muchas instituciones académicas de la región latinoamericana. Con el mejor espíritu globalizador, la Revista Espacios ofrece sus páginas para divulgar los avances y reflexiones que en estos temas, estamos seguros, se producirán en los próximos años.

El Comité Editor


Vol. 18 (2) 1.997
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