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Varias han sido las causas que han contribuido a incrementar la desatención oficial en esta área y solo nos referiremos a algunas de estas que han ocasionado el poco impacto que tiene el sector en la sociedad venezolana. Nuestros centros de investigación, sin una conexión estrecha con las empresas usuarias, tienden a convertirse en generadores de una oferta tecnológica “frustrada”, entre otras razones porque en la identificación de proyectos, nuestros investigadores a menudo ignoran las diferencias entre necesidades y demandas o entre necesidades aparentes y necesidades reales del sector productivo, o porque en la realización de un proyecto tienden usualmente hacia soluciones originales e interesantes, sin dar suficiente peso a la distinción entre lo técnicamente factible y lo económicamente rentable; o bien porque no cuentan con un interlocutor válido en la empresa. Aquí tocamos la otra cara de esta moneda tecnológica muy devaluada hasta ahora.
Todos sabemos que generalmente un excelente prototipo de laboratorio de un producto o de un proceso desarrollado por un centro de investigación en Venezuela, Japón, Korea o USA, no es una oferta lista para entrar en producción y que además el costo de pasar este prototipo de laboratorio a prototipo comercial y a una pre-serie es varias veces más costoso que lo invertido en el diseño original y esta diferencia puede ser aún mayor, si se trata del caso de un proceso, al pasar a planta piloto y luego a planta comercial; Ahora bien, nuestros empresarios, acostumbrados a comprar tecnologías maduras, totalmente desarrolladas y probadas en el mercado no están preparados ni organizados para realizar esta clase de actividades, ya que una empresa que no haya logrado, a través de la gestión de su propio aprendizaje, dominar los procesos tecnológicos que maneja, mal puede identificar sus necesidades y convertirlas en demandas ya que solo una empresa con capacidad interna de ingeniería, probada al menos en adaptación y modificaciones, estará en condiciones de recibir el producto incompleto de un centro de investigación, evaluar sus ventajas y transformarlo en un proceso productivo optimizado.
Estas dos caras de la moneda tecnológica de la que hablábamos requiere, por un lado la aplicación de una política científica y de investigación tecnológica que fortalezca el sector y por otro lado de una política tecnológica, que surge en el propio borde de la política industrial, que promueve la creación de una capacidad de ingeniería al interior de la empresa productiva y que estimule e incentive la formación de interlocutores y receptores válidos (empresas) capaces de generar una demanda tecnológica y de absorber los resultados producidos por nuestros centros de investigación.
Así ganarán nuestros centros de investigación al contar con usuarios reales de sus desarrollos, ganará nuestra industria al contar con un soporte tecnológico nacional que le brinda innovaciones y fundamentalmente ganará el país.
El Comité Editor
Vol. 6 (1) 1986
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